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Vuelve el mar de todos los veranos

Hoy recordé esta viejita musaraña, y me hizo temblar, como siempre…. Un libro que sigo recomendando a pesar de todo…

Y como diría una amiga que tengo: ahí queda eso.

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Publicada el 3 de enero de 2007:

El mismo mar de todos los veranos

Me dicen que sublimo ultimamente mi compulsividad sexual. Ja. Anda, toma, un regalo rescatado del pasado… Es que me acabo desvelando… De uno de mis libros fetiche, los trozos que más me gustan.


“Clara, despacio, tenemos todo el tiempo‑ porque no quiero una vez más, no quiero aquí esta noche, esa agresión febril, esa acometida de animalito salvaje y desamparado, ese placer sombrío y terrible de otras veces.

Y sólo mucho más tarde, cuando estamos desnudas, hermosa su blancura escuálida y ya no avergonzada a la luz de las llamas ‑ahora sí he añadido leña al fuego, he cerrado las cortinas, he buscado unas mantas‑ entre el cabello oscuro y lacio de sirena, sólo ahora, casi de madrugada, dejo que se apretuje contra mí con este deseo oscuro, torpe, desolado que casi me da miedo, pegada a mí la piel contra la piel, iniciando un gemido que muere en estertor, restregándose contra mi cuerpo, sus dos piernas enlazadas como una trampa mortal en torno a mis caderas ‑suavecito, Clara, despacio, tenemos todo el tiempo‑, hasta que me desprendo del estrecho lazo de sus piernas y sus brazos ‑quieta, Clara, quieta, amor‑, la tumbo de espaldas, la fuerzo a no moverse, la sujeto contra el suelo con mis dos manos, y mi boca empieza un recorrido lentísimo por la garganta fina, palpitante, donde agonizan los gemidos, la garganta de alguien que se está ahogando y que no quiere gritar ‑silencio, Clara, quieta, todavía es de noche, tenemos todo el tiempo‑, un recorrido lentísimo por los hombros redondos que no logran de cualquier modo contener el temblor, por los huesos que se le marcan delicados en el escote, por los pechos chiquitos, por los pezones pálidos, de pezón a pezón mi boca mordisqueante, hasta que crecen hacia mí erizados y locos, encrespados bajo el aire abrasado de mi boca, bajo mis labios duros y mis dientes punzantes y breves, y son ellos ya los que buscan dientes y labios, y los muslos de Clara que se levantan hacia el vacío, también buscándome, porque yo sigo con mi boca sobre ella, mis manos inmovilizándola, mi cuerpo todavía distante ‑despacio, Clara, despacio, pronto llegará el alba‑, y los flancos de Clara arqueados de un modo tan violento y contorsionado, tan pálidos y flacos a la luz de las llamas, evocan imágenes sombrías de terribles torturas ancestrales, y ahora sí deslizo mi cuerpo sobre el suyo, y dejo que me aferren frenéticas sus piernas ‑despacio, Clara, despacio, amor, despacio‑, y mi mano va abriendo suavemente el estrecho camino entre su carne y mí carne, entre nuestros dos vientres confundidos, hasta llegar al húmedo pozo entre las piernas, unas fauces babeantes que devoran y vomitan todos los ensueños, y yo me hundo en él como en la boca de una fiera, arrastrada en las ondas de un torbellino en que naufrago, y crece el vaivén de nuestros cuerpos enlazados y el roce de mi mano entre sus muslos, y el gemido de Clara es de pronto como el aullido de una loba blanca degollada o violada con las primeras luces del alba ‑pero no hay temblores locos esta vez, no hay gemidos entrecortados, porque el placer brota, seguro y sin histerias, de lo más hondo de nosotras y asciende lento en un oleaje magnífico de olas espumosas y largas‑, y después Clara yace a mi lado, desmadejada como un muñeco de estopa, jadeante todavía, pero relajada al fin, recuperada finalmente su sombra o liberada para siempre de la caterva de los niños perdidos.

No me pregunta ¿y tú?, ¿estás bien?, ¿te ha gustado a ti? Qué maravilla, Clara no pregunta nada, ni tan siquiera dice que me quiere, queda ronroneante y desmadejada ‑los ojos cerrados y fugitiva en los labios una sonrisa a lo Gioconda‑, hasta es posible que esté medio dormida, porque no hace ningún gesto cuando me levanto, sigue tumbada quieta entre almohadones y mantas, ante las ascuas, igual que un gatito satisfecho que hubiera encontrado por fin su sitio en el hogar

(…) estamos repentinamente al otro lado ‑mucho más allá‑ del miedo y la vergüenza, y es evidente y claro que en cualquier instante yo tendré que morir, porque la ternura me ha traspasado como cien alfileres de diamante, la ternura me ha pisoteado y arrollado a su paso como el más terrible de los ejércitos en marcha, y me voy deshaciendo, disolviendo, desangrando en palabras, tan dulcemente muerta que ya casi no puedo con el peso de Clara ‑que no pesa nada‑‑‑, y menos mal que hemos llegado juntas a las dos camas gemelas y la deposito allí y le deslizo una almohada bajo la cabeza (…) y la cubro con la sábana y la manta de pieles ‑hace frío con la ventana abierta, y yo quiero mantener abierta la ventana porque la habitación olía a cerrado, y porque es imprescindible que oigamos el mar y el viento entre los cañaverales y el pitido del tren al adentrarse en el primer túnel de la mañana‑, y ahora le pido quedo que no despierte, que se duerma, y me tumbo a su lado, a sus espaldas, y ella despega por fin los labios y gime «Elia no te vayas” y sé que podré repetir un millón de veces el mismo recorrido suave de su cuerpo con mis manos, susurrar interminablemente las mismas palabras tontas en su nuca tibia, escucharla dormir plácida y a trechos suspirante, mientras espero la muerte con el alba”

Esther Tusquets
“El mismo mar de todos los veranos”
Ed. Castalia (única con notas de la autora, absolutamente edición agotada)

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4 comentarios en “Vuelve el mar de todos los veranos

    • Sí, ando por aquí, currando… Tal vez se puede encontrar esa edición pero de segunda mano. En cualquier caso, el libro original es muy fácil de encontrar y no importa que no desvele muchas cosas.

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